Despierta…
Un fuerte pitido truena en el interior de
mis oídos. Me llevo las manos hasta ellos para taparlos. No quiero escuchar
nada, aunque no soy consciente de que en realidad no estoy escuchando nada.
Solo un ruido que grita desde mi interior, tal vez desde mi alma enfurecida por
mi mala decisión o por algo superior, por eso que podemos ver y que muchos no
quieren ver.
Me arrastro hasta el baño para lavarme la
cara y es cuando todo se calma. Ya puedo oír de nuevo, puedo sentir de nuevo,
incluso, puedo respirar con normalidad, de nuevo. No son redundantes mis
palabras sino que mi lengua siente el picor propio del mal de nervios.
Ahora que me miro al espejo cuando creía
que todo había pasado… no me reconozco. No soy el de siempre. Otra vez ha
vuelto a pasar, alguien ha vuelto a entrar. Eres un ingenuo. ¿Tanto crees en
ti? Más vale que sea así porque sino te sucederá lo mismo que me ha sucedido a
mí. Sí, te hablo a ti. Al mismo que es ahora el reflejo de mi espejo. Has
decidido entrar, ¿no? Eso será por algo. Será porque quieres demostrarte cuánto
valor tienes o hasta dónde serías capaz de llegar. ¿Sientes eso? Esa brisa que
ahora roza tus manos, se llama inocencia. La misma que te ha hecho llegar hasta
aquí. Para que conozcas cuál va a ser tu historia… primero debes conocer la
mía.
Un tiempo atrás…
Los pájaros canturrean a la nacida del
sol de una mañana de primavera. Cuando abrí los ojos, lo primero que hice fue
quedarme pensativo. Pensativo, porque algo pasaba. No sabía qué era lo que
ocurría, pero presentía que ese día, que esa mañana, iba a ser diferente. Me
levanté, me puse mis zapatillas, caminé hasta mi ventana y la abrí. El aire era
fresco. Estaba siendo arrastrado por las montañas. El sol poco a poco, a pesar
de su timidez, iba alumbrando con su potente luz la arboleda que mis ojos veían
al frente. Los labios por un instante se me secaron, por el soplo del viento.
Fui al baño y me los mojé con un poco de agua. Me miré al espejo, me peiné y
cuando fui a darme media vuelta para salir, algo captó mi atención. Me acerqué
más al espejo para ver mejor mi reflejo. Cuanto más me acercaba, más intuía que
algo pasaba. Abrí mucho los ojos y me extrañé. Por un lado de la pupila nacía
un color verdoso que nunca antes había visto. Me alejé de mi reflejo y durante
unos segundos me escaneé el cuerpo: observé mis manos, me quite la ropa para
mirarme bien el torso, mis piernas, mi espalda… parecía que nada había
cambiado, salvo un poco el color de mis ojos. Curioso, pensé.
Después de unos minutos, estaba en la
mesa del comedor desayunando junto a mi padre. Me miraba extrañado como si no
me conociese o como si algo que nunca había visto de mi lo estuviese viendo por
primera vez. No quise darle importancia, aunque en mi interior sentía que debía
dársela.
–¿Hoy vas a ir al bosque, Deri?
Menuda
pregunta, pensé.
–¿Acaso es un día diferente, Papá?
Él siguió mojando la galleta en su vaso
con leche y no contestó.
–Tengo que recoger agua para abastecer al
pueblo, después del apagón de luz que hubo en estos días hay mucha gente que la
necesita.
–Deberíamos empezar a venderla –dijo su
madre, entrando en la cocina.
Deri la miró con disgusto.
–Esa pobre gente no tiene dinero para
comprar nada…
Su madre le enmudeció al contestar ella.
–Ni nosotros tampoco. Y no tenemos por
qué darles lo que es nuestro –le miró seria y se acercó a él–. Hoy cuando
recojas agua, no la llevarás al pueblo, la traerás a casa. Ya se acabó de tanto
abusar.
Deri miró a su padre.
–¿Y tú no vas a decir nada?
El padre no levantó la mirada de su taza
de leche.
–¡No tiene por qué decir nada! –le gritó
su madre y se encaró a él–. Lo traes aquí y punto. ¿Me has entendido?
Deri fue a soltar una réplica.
–¿Me has entendido? –volvió a preguntar
con un trago de ira que cruzó por su garganta.
Deri bajó la mirada y asintió con la
cabeza.
–Buen chico –dijo su madre tocándole la
cabeza. Luego, caminó hasta la lacena para colocarla.
Los pasos firmes de un caballo movían el
carro de madera donde Deri estaba sentado, resguardando con unas mantas unos
barriles vacíos. Deri estaba totalmente absorbido por sus pensamientos y no
dejaba de recordar las palabras de su madre. Egoísta, dijo en voz baja. Retumbó un poco el carro y Deri se
asustó. Cuando miró al frente se dio cuenta de que ya habían llegado a su
destino. Saltó de su asiento sobre la tierra y se dirigió a la parte de atrás
donde iba a llevar su mercancía. Cogió uno de los barriles, anduvo unos pasos y
frenó sus pies por un instante. Miró con cierta desconfianza el pozo de piedras
grises bañadas por moho oscuro del que siempre recogía el agua que entregaba al
pueblo. Los pelos de su cuello se erizaron y él se tocó la nuca extrañado. Qué ocurre, susurró sin molestar al
silencio. Se decidió a caminar hasta el pozo. Estiró un poco el cuello para
verlo bien antes de acercarse del todo. Estaba lleno de agua. Sonrió. Cogió el
barril y lo acercó al agua para llenarlo. Cuando lo fue a introducir dentro, en
el agua se formó una onda, como si hubiera temblado estremecida. Deri arrugó un
poco la frente, dejó el barril en el suelo y miró con atención el agua. Se
inclinó unos centímetros para ver mejor. Sólo veía su reflejo. Aunque, de
pronto, una nueva onda un poco más grande afloró. El joven se enderezó más
impresionado, sin entender qué estaba sucediendo. ¿Sería un aviso de la naturaleza?, se preguntó. Apoyó sus dos manos
sobre las húmedas rocas del pozo y se impulsó más hacia delante. En el agua –de
repente– se escribió una pregunta: ¿Por
qué no crees en ese que ocultas en tu interior, Deri? Él frunció aún más el
ceño. No entendía a qué se refería. La pregunta desapareció. Unos segundos más
tarde, otra más relució. ¿Por qué no
crees en ti? Deri atónito, se acercó más para leerla mejor.
–¿Qué?
Del agua una mano salió, le agarró de la
camiseta y lo metió dentro del pozo.
Ya no estaba en el bosque cerca de casa…
No, eso era evidente. Ahora estaba en una habitación propia a la de una casa
real. Un palacio de la época antigua como esos que salen en los libros de
historia. Deri observa el habitáculo estupefacto. Su confusión le tortura
dentro de él. A su izquierda puede ver una altísima cortina de terciopelo roja
con bordados dorados. Se acerca a ella y la abre. Entonces, su alma se congela
del todo, sus labios empiezan a temblar y empieza a retroceder hacia atrás. Una
voz dulce pero distante le sobresalta. Se voltea para ver de quién se trata.
–¿Por qué has abierto la cortina, Deri?
Una chica joven, casi de su misma edad,
estaba ahí delante de él mirándole seria y con la misma naturalidad que tiene
una persona cuando te conoce.
–¿Sabes cómo me llamo? –preguntó atónito.
–Claro que lo sé –contestó ella,
acercándose a él y caminando hasta la cortina–. ¿No te acuerdas de mí?
Deri no supo qué contestar. No la
recordaba, pero le causaba cierta turbación contestar algo que la cabrease o le
hiciera enfadar. Le notaba algo siniestro.
–No tengas miedo. Es algo normal no
recordar nada cuando ya has pasado por aquí y vuelves.
Deri camina unos pasos hacia ella.
–¿Cómo? ¿Qué… qué has dicho?
–Es normal no recordar nada cuando
regresas otra vez. Te lo dije, no debiste salir sin antes enfrentarte a él.
–¿Enfrentarme a quién? –Deri subió un
poco sus manos y las agitó hacia los lados–. Oye, oye, oye… Creo que te estás
confundiendo de persona. Yo sólo estaba en mi pozo recogiendo agua y tú me has
arrastrado hasta aquí. Por favor, ¿me podrías devolver a dónde estaba?
La muchacha le mira sin gesticular ni un
solo músculo de su cara.
–No puedo. No puedes –terminó diciendo.
–¿Por qué… Por qué no puedo? Oye, ¿me has
arrastrado sin mi propia voluntad hasta aquí para enjaularme y no dejarme
salir? –comentó enfadado.
–Tú has decidido que te metiera aquí.
–¡¿Qué?! Esto es de locos.
Deri empieza a pegar voces.
–¡Por favor, alguien puede escucharme!
¡Socorro, sacadme de aquí!
–Nadie puede escucharte, Deri.
–Cállate. Deja de nombrarme como si me
conocieras –le señaló agobiado con el dedo.
La joven se acercó con una sonrisa en sus
labios y mirándole fijamente.
–Estoy sorprendida. Has venido con más
fuerza. No sé quién gobierna tu interior, pero era lo que necesitabas.
–¿De qué me estás hablando? –estaba tan
confuso que hasta se le notaba en sus achinados ojos.
Deri caminó deprisa hasta la puerta de la
habitación que mostraba su presencia al otro lado de la misma.
–¿Qué haces, Deri? –dijo la joven con
cierta preocupación.
–Marcharme de aquí –le respondió él.
–No lo hagas. No lo hagas –quiso frenarle
sin conseguirlo.
Cuando Deri abrió la puerta de lo que
parecía su salvación, por ella se coló una corriente de agua que empezó a
inundar todo el habitáculo. Deri abrió muchos los ojos y mientras el nivel del
agua subía, sus manos empezaron a temblar.
–¡Qué es esto!
–Estamos dentro de un pozo, Deri.
–¡Sácame de aquí!
–Eso sólo puedes hacerlo tú.
–¿Y cómo lo hago?
Ella se le acercó tanto que el muchacho
podía sentir su respiración.
–Cree en ti, en tu valor, en todo lo que
puedes hacer y… lo conseguirás.
–¿Qué? ¿Cuál es el truco?
–El tiempo se acaba, Deri.
Deri empezó a buscar por todas partes de
la habitación algo con lo que poder absorber toda esa agua, pero no veía nada
que le ayudase a ello. Se echó las manos a la cabeza angustiado. Elevó la
mirada para ver a la chica y ella tampoco estaba ahí junto a él. El nivel del
agua empezó a subir. Pronto se quedaría sin oxígeno. Absorbió lo que quedaba de
él y su cabeza se mojó. Nadó hasta las cortinas y ya no se acordaba de lo que
había tras ella. Una cristalera llena de agua al otro lado era el escenario más
desesperanzador para alguien que se está ahogando. De todas formas, eso no hizo
que Deri resistiese. Nadó hasta un candelabro que flotaba cerca de él y con él
empezó a golpear el cristal. Al principio no consiguió rasgarlo, pero poco a
poco se fue desquebrajando hasta que lo logró. Cuando lo rompió, nadó con todas
sus fuerzas hasta la superficie, de donde salía un destello de luz. Su cabeza
asomó fuera del agua y el aire entró fresco por sus pulmones. Puso sus manos
sobre las rocas grises del pozo, añadió las pocas fuerzas que tenía sobre los
músculos de sus brazos para cruzar al otro lado y llegó victorioso. Mientras
recuperaba el aliento, miró extrañado hacia sus barriles. Caminó hasta ellos
tambaleándose y los vio llenos de agua. Una nota se estaba mojando, próximo al
hundimiento en uno de ellos. Deri la cogió y dentro de ella había algo que le
resultó curioso.
<<Cuando creas en ti, todo lo
imposible te parecerá posible y hasta de un pozo sin salida podrás salir… pero
recuerda si sólo crees en ti. Ahora eres el avatar de muchos otros elegidos que
conocen tu historia y han decidido creer en ellos. Sí, te lo digo a ti. Ese que
está leyendo esto. ¿Crees en ti?... >>
Despierta…