
Caminaron hasta las profundidades del bosque
que dormía. El silencio de los pájaros y el piar incómodo de un búho exprimía
esa extraña sensación de lo rápido que pasa el tiempo. Mientras andaban,
esquivando las plantas espinosas que intentaban atraparte entre sus garras
afiladas, Loret no podía dejar de observar al joven. Achicó sus ojos buscando
una explicación de lo que ocultaba y por su cuello pudo ver que salía el dibujo
de una pinza –de lo que podía ser un animal marino o fantasioso- sin percatarse
que estaba tan atenta a eso que escondía que chocó con él. La miró serio,
soltando una media sonrisa. Se había parado por alguna razón, una de esas
tantas que desconocía. El misterio le absorbía por momentos, sin saber de qué
forma huir de un destino que le daba miedo. Loret miró a su alrededor. Todo
estaba en una auténtica calma y lo único que escuchaba era la respiración de
los árboles. El joven se puso a unos metros de uno de ellos, uno que se vestía
de ramas viejas y piel escarchada. Hacia mucho frío, sin embargo era incapaz de
sentirse en pleno invierno. Sólo con mirarle a los ojos hacia que se
transportase a una bonita cabaña, absorbiendo el aire fresco de la primavera.
Arrugó el ceño al verle arrodillarse ante el árbol anciano. Con sus manos
empezó a excavar la tierra húmeda, impidiéndole buscar una elucidación lógica a
lo que estaba viendo. De pronto, sacó con sus manos una cuerda, bañada en barro
y muerta de frío. La agarró con tal fuerza que las venas de sus manos y de sus
brazos se engrandecieron fluyendo por ellas una vertiente de sangre fresca,
apasionada. La tierra empezó a temblar y a desquebrajarse. Un hilo de terror
llegó hasta los pies de Lorem, inmóvil sin casi poder respirar. Sus ojos
abiertos, sin a penas pestañear, delataban su asombro. Parecía que el mundo se
estaba derrumbando bajo sus pies. No quiso mirar cómo la absorbía y se encogió
de hombros… Entonces fue cuando todo paró. Abrió despacio los ojos, se llevó la
mano a la boca ante su nuevo descubrimiento. Unas escaleras de corte antiguo,
creadas por una civilización antigua, estaban ahí ante sus botas de piel. No
eran muchos los escalones que la vestían y unas antorchas gigantes daban luz y
cobijo a un túnel oscuro, casi sin vida. El joven se puso a su lado, le sonrió
y bajó veloz las escaleras. Ella, a pesar de no creerse que algo así podía ser
cierto, decidió ir tras él. Al calor de la luz de una de las antorchas
emprendieron el único camino que se mostraba ante ellos. Sobre las piedras que
envolvían lo que parecía un pasadizo interminable, habían pintado a seres
inimaginables así como una simbología propia de la mano de algún Dios. Lorem
era incapaz de entender qué era lo que estaba sucediendo y qué le quería
mostrar. Mientras intentaba –sumida entre sus pensamientos- recolocar todo el
acontecimiento vivido, se volvió a chocar contra él. Esta vez, al alzar la
vista, no le miró. Un magnetismo más fuerte y caótico llamó su atención. Un
símbolo, una figura atrajo y bloqueó por completo su intuición natural acerca
de su mundo. Un enorme escorpión, de sangre fría pero, a la vez, ardiente y
sediento le miraba. Tatuado en una pared lisa y de un tamaño monumental,
parecía que escuchaba su voz. Esa que nunca deja de murmurar entre el silencio
de su respiración. Loret se acerco al mural sorprendida. El chico se puso a su
lado, una vez más.
-Tócale –dijo.
Ella levantó su mano, y muy despacio la llevó
hasta una de las patas del gran escorpión. No sucedió nada, pero pudo sentir su
magnetismo. Por un momento se quedó hechizada y percibió lo mucho que le podía
costar separarse de él si caía en su magia. Miró al joven y vio que se
encontraba pensativo.
-¿Qué sucede? –le preguntó.
-Es extraño… Creí que tenías un alma como la
mía –se llevó la mano a su pelo claro y se lo sacudió, intentando poner en
orden a sus pensamientos-. Deberías ser como yo. No lo entiendo –comentó
confuso.
-¿A qué te refieres? ¿Cómo tú…? –quiso que le
diera una explicación más contundente.
El joven levantó su mano y tocó al escorpión.
De pronto, la pared se partió en dos y se abrió como si de una puerta se
tratase.
Lorem abrió sus labios tanto como sus ojos al
ver lo que tenía delante.
-¿Puedes verles? –el muchacho no estaba seguro
de lo que estaba haciendo, pero necesitaba saberlo.
-Sí…