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No sé qué demonios estarás pensando, pero ni se te ocurra creer que este es tu
lugar. Me lo han arrebatado todo y te puedo asegurar que por mucho que me
tiemble el alma por el miedo… Si tengo que luchar por conservar lo único que me
queda, quiero que sepas que en ningún juego existe dos ganadores >>
Este pensamiento fue aquel anhelo de esperanza
que me hizo ver que por un momento estaba vivo. Que había conseguido sobrevivir
a eso que todos llaman trauma, de eso que muy pocos sobreviven y que los
valientes que lo hacen… Nunca llegan a olvidar su dolorosa piel. En cambio, no
tengo ni idea de si he logrado recomponer los pedazos de cristales con los que
estaba construido mi corazón, pero tengo la certeza de que existe la forma de
renacer de las cenizas. Mi historia… Bueno, mejor dicho, mi aprendizaje no
tiene mucho que envidiarle a las demás personas que luchan, que se desviven por
conquistar sus sueños o que a pesar de tenerlos rotos bajo sus pies, siguen
caminando sin temor a sus miedos. Tal vez, hubo un momento en el que realmente
no sabía si seguía respirando o me había dejado llevar por la brisa fresca de
las nubes. Hubo un momento en esta historia en la que creí que estar vivo era
un cruel sufrimiento y en la que deseé estar muerto para masticar el dolor sin
tener que sentirlo. ¿Cómo es la vida, verdad? A veces, te golpea tan fuerte que
no te da opciones a pensar con claridad. Pero porque no has entendido que las
únicas opciones te las das tú mismo. En el momento, en el instante en el que tu
mente te da una tregua para reflexionar, sí, es cuando lo ves todo con más
claridad. Descubres que no eres la misma persona que hace unos días, que la
vida no es la misma que desde hace unas horas y que tu mundo perfecto no era tan
perfecto como creías. Descubres que la vida –en realidad- no te está
castigando, sino ayudando. Ayudándote a ser más fuerte, a mirar más allá de
donde siempre has mirado, te quiere ayudar sin comentártelo o explicarte el por
qué. Simplemente, ocurre. Y cuando ocurre, te transformas en algo que pensabas
que no existía. Miras a tu alrededor sonriente de lo transparente que es la
autentica realidad porque es ella la que ha hecho que te des cuenta de lo
vendados que estaban tus ojos. Es más, puedo decir que ni en mis más remotos
sueños imaginé que hoy me ocurriría algo así. Como veis la vida sólo me quiso
ayudar a comprender que cuando pierdes algo, no siempre lo pierdes del todo.
Una parte, aunque sea mínima, de lo que has perdido se queda junto a ti.
Entonces, tu sangre se llena de energía, de esperanza y hace que todo de nuevo
fluya. Cuando algo así sucede, nadie te dice que tengas que olvidarlo porque
reconoces que es más fácil subsistir sabiendo que ha ocurrido, que intentar
ganarle la batalla a lo inevitable. Una vez me dijeron que parezco una persona
de hierro, que mi vivencia había sido muy dura y que les explicase por qué no
mostraba ningún síntoma de debilidad en todo el transcurso. Yo les contesté que
una apariencia no es más que un reflejo con máscara y que soy un hombre que
cumple su promesa. Algo desconcertado y un tanto confuso, me miró y me
preguntó: ¿Qué promesa? Y yo contesté… La de las estrellas.
Cinco
años atrás…
En mitad de una noche fría de invierno
despierto sudando. Estaba tembloroso y empapado de sudor, en una noche fría de
invierno. Me levanto del sillón donde me había quedado dormido y pongo rumbo al
baño. Me lavo la cara y me miro en el espejo. No sabía con qué había soñado,
pero mi cuerpo estaba consumido en un enorme escalofrío. No sé cómo explicarlo,
pero creo que estaba presintiendo algo que no era capaz de entender. Nunca he
creído en las supersticiones ni en los presentimientos, y mucho menos en los
deja vú, ni en esas tonterías. Sin embargo, tengo la extraña impresión de que es
algo de esto que cito ahora mismo lo que me está ocurriendo o, mejor dicho, lo
que ya ocurrió. Sin querer pensar más en algo que no tiene ninguna explicación
ni lógica, camino hasta mi habitación. Allí, tumbada en una bonita cama de
matrimonio, descansa en un profundo sueño lo más bonito que me ha ocurrido
nunca… El amor de mi vida. Hace seis meses que nos hemos casado y estamos
poniendo todo nuestro empeño para tener un hijo. Aún recuerdo el día que la
conocí. Una fatídica noche de verano, mientras lloraba bajo la sombra de la
luna creciente, una muchacha de pelo castaño, ojos redondos y piel morena se me
acercó para ver qué me ocurría. Qué curioso es todo, pero esa noche la recuerdo
como una de las mejores noches de mi vida. Hablamos hasta que amaneció, nos
reímos y casi nos besamos, pero ella no era tan fácil. Es más, me lo puso muy
difícil. Hasta que todo ha evolucionado de una forma tan especial que hoy en
día ni me lo creo. Todo en mi vida ha sido emocionante y dulce. No sé si debo
agradecerlo, pero lo tengo todo, la tengo a ella. No creo en nada que no esté
frente a mí, ni en nada que no pueda conseguir. Tanto reflexionar ha hecho que
me haya entrado sueño. De puntillas entro en la habitación y me acomodo en mi
parte de la cama, no puedo resistirme en acercarme a ella para pasarle mi brazo
por encima. Puedo notar los latidos de su corazón en mi mano y los míos se
disparan. Sonrío y me dejo llevar por mis sueños. No recuerdo bien cuánto
tiempo tuve mis ojos cerrados pues para mí fueron unos minutos. El despertador
sonó casi a la amanecida y nos despertó.
- Cariño, apaga ese trasto –le dije a mi
amada.
Ella me
miró y sonrió. Puso sus labios en los míos acariciándolos con dulzura.
- Vamos, despierta gandul. Qué hoy es el gran
día –dijo dándome tantos besos seguidos que perdí la cuenta de cuántos fueron.
No pude resistirme en tocar sus sonrojados
mofletes y añadí una sonrisa. Arrugué un poco la frente hasta que tras un
descuido por no saber mis intenciones, emprendimos una batalla de cosquillas
por el cuerpo. Después de unos segundos, resulté ser el ganador, pues se dio
por vencida.
-Algún día te ganaré. Haces trampas… Sabes mis
puntos débiles –me soltó algo irritada-. Vamos, levántate. ¡África nos espera!
–dijo entusiasmada y poniendo rumbo hacia la cocina.
Su alegría por conocer ese continente aislado
y exótico hacía de esta nueva aventura un momento único en mi vida. Puse los
pies en el suelo, me estiré con soltura y caminé hacia ella. La abracé y le
agradecí el hecho de haberme preparado el desayuno. Una vez que nos sentamos,
uno al frente del otro, no podía dejar de contemplarla. Sus ojos brillaban como
las estrellas. Por un momento, tuve un espejismo en el cual la veía rebotando
de felicidad en uno de los miles de parajes salvajes que vestían al continente
africano. Pero pronto me sacó de mi humilde imaginación y me chasqueó los dedos
para que bajara de mi nebulosa. Se puso en pie, se posicionó detrás de mí y
acompañó un pequeño masaje en los hombros con un fugaz pero apasionado beso en
los labios.
-Voy a vestirme y saco las maletas –me comentó
emocionada.
Tras unos pocos segundos, hice lo mismo.
Después de un recorrido en taxi hasta el
aeropuerto donde mi bolsillo sufrió una posible estafa por parte de su
conductor, llegamos por fin a la zona de facturación. Estrella o –mejor dicho-
“Estre” que es así como la llamo, estaba como una niña pequeña a punto de
abrir un regalo. Su piel relucía tras la caricia del sol y sus labios no podían
estar más felices. Su emocionante estado hacía que mi nerviosismo interno se
relajase. En ese mismo instante, se escuchó una voz femenina por los altavoces
del aeropuerto comunicando que nuestro vuelo iba a comenzar su embarque. Nos
pusimos detrás de un número notable de personas que iban en el mismo vuelo y,
poco a poco, como ocurre con la colilla de un cigarro ansioso por hacerse
cenizas, la cola de personas se consumió. Una vez dentro del avión, caminamos
hasta casi al fondo del pasillo para sentarnos en nuestros asientos. Cerca de
unos diez minutos después, el avión tomó vuelo. Unas cinco horas y media
separaba al oeste de Europa del centro de África. Cuando ya estábamos surcando
los cielos, miré a Estre y vi que sacaba de su bolso una libreta que ya le
había visto antes.
-¿No dijimos que este sería un viaje donde nos
olvidaríamos del trabajo? –le pregunté.
Ella me miró con el cielo en sus ojos y me
sonrió.
-Sabes que para mí este viaje es parte de mi
trabajo, Money. Y esta vez, nosotros seremos sus protagonistas. Creo en esto,
creo en ti, siento que esta aventura me va a abrir las puertas a lo que tanto
deseo –se defendió.
No pude resistirme en apartarle un mechón que
se le había caído hacia el hoyuelo de su bonita sonrisa.
-Lo sé… -contesté derrotado una vez más por su
ingenuidad-. ¿Y cómo vas a llamar a esta nueva novela?
Bajó un poco la mirada, observándome con un
gesto casi adolescente.
-Eso es uno de los mayores secretos de
cualquier escritor, nunca lo decimos o lo decidimos hasta el final de nuestra
hazaña.
-¿Y no puedes darme una pista? Tengo que tener
alguna ventaja a diferencia del resto de los mortales que te lean.
Estre movió los hombros al convulsionar por
una carcajada.
-Cuando llegue su momento lo sabrás –me
respondió a la misma vez que acariciaba sus labios con los míos. Luego sacó un
bolígrafo, apartó con rapidez las primeras hojas de su cuaderno y empezó a
escribir algo en ellas. Por más que quería saber qué estaba plasmando en esa
hoja blanquecina como las nubes, el sueño me visitó gracias a una milagrosa
pastilla que me ayudaba a perderle el miedo a lo que creía esperado…
Escuché lo que parecía una alarma con un
sonido catastrófico. Los zarandeos de mi mujer, así como los pocos efectos de
la pastilla que había tomado, hicieron que poco a poco empezará a salir de ese
dulce sueño oscuro en el que me había envuelto. Cuando abrí bien los ojos, temí
lo peor. Los compartimentos donde los pasajeros guardaban sus pertnenecias
estaban abiertos y todo rodaba por los suelos, las azafatas tenían los
cinturones de seguridad estrictamente abrochados por temor a deslizarse por el
pasillo, mi mujer me gritaba que despertara envuelta en un grito frío y yo aún
intentaba ordenarlo todo para comprender qué era lo que estaba sucediendo. Al
mirar hacia la ventanilla del avión, en pocas décimas de segundos, lo entendí.
El avión caía en picado y sin poder despedirme, ni si quiera, sin dejarme una
opción a pensar, los árboles de una selva frondosa se tragaron al avión. Mi
mundo quedó oscuro, todo se quedó en silencio… salvo los latidos que le daban
voz a mi afortunado corazón.