Esta mañana al levantarme y al abrir la ventana tuve una
sensación extraña. Por un momento mi mente aún seguía estando en ese paraíso
donde las olas rompen en la costa de una bonita isla de arena volcánica, donde
se escucha el piar de alguna gaviota que sobrevuela perdida al oler el rico
aroma del mar, donde el viento te acaricia para recordarte que su fresco aire
es más puro que cualquier otro, donde tus recuerdos están arropados por un
extenso océano dueño de todos mis secretos. Pero, tras unos escasos minutos, la
imagen se desvaneció y vi la nueva realidad. Ahora, el paisaje por donde
navegan mis ojos era muy diferente. Ya no existían montañas al soplo de una
vista sino miles de edificios que susurraban bonitas historias antiguas, de
épocas pasadas, de horrores y celebraciones, de tiempos de caballerías y reinos
encantados. Más allá de sus tierras no se ve el mar, pero sí un sin fin de
leyendas, de sierras olvidadas y deseadas, de mundos que aún quedan por
descubrir. La calle no es estrecha ni tranquila sino llena de fluidez y vida,
de estrés, emoción y rutina. Es un mundo nuevo hecho para gigantes.
Lo primero que siento es una suave tristeza y una enérgica
emoción. He dejado muchas cosas atrás, pero nada que no pueda volver a
recuperar y eso es lo que me mantiene sereno y con la vista puesta en mi nuevo
aprendizaje, en mi nuevo camino hacia no sé donde. Por un segundo me digo y
repito: ¿Estoy haciendo bien? ¿He tomado
la elección correcta? Pero no sé qué contestar. Aún no es algo que sepa y a
medida que vaya pasando el tiempo esas preguntas se irán contestando… O tal vez
no. Sin embargo, no es algo que me preocupe. En el fondo me siento como ese
protagonista de mi vida, de mi historia, que ha dado un giro –y grande– en su
destino. El que ha decidido antes de que nadie decidiera por él. Ese
protagonista que ha elegido hacer un viaje para encontrarse, para buscar eso
que le faltaba o para descubrir que todo es más fácil cuando vences tus miedos.
Sí, creo que sí. Creo que me encuentro en ese punto de la historia donde
comienza el verdadero desenlace, en el segundo acto de cualquier película. En
el lugar que hace mucho tiempo debí estar y no me atrevía. Incluso, puede que
este sólo sea el puente de mi verdadero punto fijo del destino o puede que sólo
me sirva para aprender, crecer y vuelva al mismo punto de origen. Pero no tengo
ni la más remota idea… Pero lo que sí sé es que no pienso malgastar ni un solo
segundo de esta aventura que acaba de comenzar.
