
Había pasado más de una semana que no sabía
nada de esa chica. El viento se la había llevado, tan rápido como a su
silencio. El cuerpo de Reyn estaba envuelto en una loca desesperación al ver
que los días pasaban sin otorgarle un momento de respiro. Se lo dijo bien
claro, había contestado a su petición y si no la encontraba él también
pertenecería al azar del viento. Un rayo de sol iluminó sus ojos ahogados en
una angustia incómoda. Los pájaros de los árboles cercanos dieron la bienvenida
a un amanecer que no quería despertar de su profundo sueño. Reyn había pasado
toda la noche en lo alto de su tejado, pensando. Buscando la solución a su
problema. De la comisura de sus ojos una lágrima cayó. No llegó a tocar el suelo
porque inmediatamente el viento la elevó hasta dejarla frente a él. Empezó a
levantarse un aire frío invernal y la lágrima comenzó a alejarse. Reyn bajó
corriendo del tejado, salió a su jardín y cogió su bicicleta. Pedaleó sin
descanso, atravesando todo tipo de obstáculos, hasta llegar a su destino.
Derrapó en seco hasta parar por completo la velocidad de su bicicleta. En sus
labios se dibujó la estela del misterio. El viento le había llevado hasta una
casa en ruinas a la que nadie había susurrado que existía. Se sacó de su
bolsillo el azulejo y el papel donde marcaban las coordenadas. Cayó en la
cuenta de que tenía que ser este el lugar el que estaba buscando. Una casa… sin
ninguna huella de su pasado.
Reyn dejó a un lado su bicicleta para armarse de
valor. Respiró profundamente y se aventuró en descubrir de qué trataba todo
esto. Cuando atravesó la puerta, esta hizo un sonido chirriante que escandalizó
al silencio. Su primera impresión fue fría, bastante fría. Un pasillo sin
pintar y unas escaleras a lo lejos es lo que veían sus ojos. Caminó mirando
hacia cualquier rincón que hablara acerca de ese lugar tan misterioso, pero
nada encontró. Al llegar al primer escalón, un nuevo grito de vejez se esfumó
al pisarlo. Se paró en seco para escuchar a su voz interior. Algo le decía que
debía seguir adelante, que ahora no podía volver atrás. Subió hasta que terminó
el recorrido. Una puerta sin nombre ni color estaba cerrada ante él. Nervioso
cogió su manillar y la abrió. Esta vez ni se pronunció. Dio unos pasos para
entrar y se quedó boquiabierto. Era, sin duda, la habitación de una
adolescente. Reyn curioseó entre sus pósteres casi desgastados por el tiempo,
ahí arrinconados sobre una de las paredes. Se acercó intrigado hasta un
calendario donde la joven parecía apuntar su vida. Lo miró prestando toda su
atención, pasando los diferentes meses del año. Llegó a septiembre y leyó hacia
sus adentros aquello que le iba a dejar congelado en el tiempo: “Mi despedida
de Reyn… Aunque siempre nos veremos allí hacia donde nos lleve el viento”. Sus
manos comenzaron a temblar y su piel cambió a un color amarillento. La fecha
del calendario era del año 1954. Un nuevo soplo de viento inesperado hizo que
el calendario cayese al suelo. Solitario y escondido, como si estuviera esperando
a ser encontrado, la forma de un azulejo buscaba dueño. Reyn sacó de su
bolsillo la loseta y la encajó. Una aureola de luz desprendió de la nada, con
un brillo tan cegador que tuvo que protegerse el rostro con su brazo. Unos
segundos duró, luego al destaparse descubrió una nueva puerta. Se acercó y la
abrió estremecido.
-Guau… -dijo perplejo.
Un patio adornado con cientos de maceteros
donde colgaban flores coloridas era su nuevo descubrimiento. El olor del campo
entró de pleno en sus pulmones. Cerró los ojos y por un instante
sintió que este momento ya lo había vivido.
sintió que este momento ya lo había vivido.
-Me has encontrado –la chica apareció a su
lado provocándole un nudo en la garganta al asustarle-. No tienes por qué tener
miedo –le confesó sonriente.
-¿Qué es este lugar? ¿Ha sido producto de la
magia?
La joven le miró y quiso contener una nueva
sonrisa.
-¿No dijiste que no creías en la magia?
Reyn tragó saliva así como sus palabras.
-Lo he visto –comentó él.
Ella le miró sin apenas pestañear.
-Tengo veinte años ¿Cómo es que me conocías en
el año 1954? –se quedó pensativo-. No llego a entenderlo…