¿Alguna vez os habéis preguntado qué hay más allá de donde
alcanza nuestra vista y la investigación? Me imagino que cada una de las
personas que componemos este planeta, en algún momento, se ha hecho esta
pregunta. Puede que me esté equivocando y haya gente que no se le haya pasado nunca
por la cabeza. Pero me gusta pensar que vivimos en un mundo que va más allá de
lo que cree o ve. Tal vez muchos piensen que es una locura, pero prefiero creer
que nada está escrito. Que las cosas suceden por algo y que ese algo no se
llama casualidad, sino sentimiento, energía o destino.
¿Habéis leído ese
proverbio que habla sobre un hilo rojo que nos conecta? Sí, dicen que el ser
humano tiene que creer en algo siempre, y yo creo en esto. Si te fijas, si te
paras por un segundo a reflexionar sobre una situación que te ha pasado o que
te está pasando, te das cuenta de que ha sucedido por algo. Hay personas que no
caen en esto. Personas que prefieren llamar “mala suerte” a una situación que
sólo intenta sacar lo mejor de ti, o personas que creen saberlo todo por haber
tocado su realidad con los ojos y no con el alma. Qué complejos somos,
¿verdad?. Sin embargo, cuando estamos en ese momento límite de nuestras vidas
recurrimos a eso que no podemos ver, que sólo podemos sentir. No nos importa si
tiene una explicación o no, sólo queremos estar a salvo. Y es justo en ese
momento donde nos damos cuenta de que somos tan frágiles como el aire que
respiramos, tan inciertos como eso en lo que no creemos. Nos damos cuenta de
que existe una pequeña línea entre lo que es lógico y lo que no. Y es en ese
mismo instante cuándo nos viene a la mente la pregunta con la que empiezo esta
reflexión.
Nos asustamos, nos hacemos pequeños, intentamos refugiarnos en
nuestro escondrijo. Ese que también es arrastrado por el mismo aire que nos ha
hecho frágiles. Entonces, es cuando sucede lo irremediable. Te das cuenta que
la lucha sólo acaba de empezar. Te das cuenta que es más bonito ser un héroe
herido que un villano sin esperanza. Te das cuenta de que todo es más puro
cuando no puedes palparlo sino experimentarlo. Comienzas a ver la vida de otra
forma. Empiezas a disfrutar de cosas que antes te saltabas. Empiezas a darle
más de un sentido a tu tiempo. Te dejas llevar por lo que te rodea hasta que
pierdes la noción. Así que un día paras, te miras al espejo y casi no te
reconoces. Sonríes porque ves el reflejo de ese que sí te gusta. Una persona
que no tiene miedo a equivocarse porque cuando lo intentas nunca te equivocas.
Ese que va más allá de sus límites porque su meta es más poderosa que sus
miedos. Ese que prefiere soñar a vivir la realidad que otros quieren que viva.
Ese que se siente más libre viviendo sin ataduras que con cadenas en los pies.
Ese que reinventa su cuento para tener un final feliz. Ese que sabe lo que no
quiere a su lado.
Y es así, existen esos momentos en los que experimentas
muchas emociones a la vez. Momentos en el que pierdes el control de tu propia
vida y te dejas llevar por eso que llamamos corriente. Caminas tras las huellas
del destino porque no quieres tenerlo todo calculado. Porque sabes que es más
sabio aquel que se deja llevar por el corazón que por el cerebro.

*Imagen del pintor Rob Gonsalves